En el pueblo de San Antonio de la Cal, ubicado en Tolimán, Querétaro, florece una tradición ancestral: la creación de objetos artesanales como los tascalitos y sopladores. Estos productos no solo representan un arte, sino también el sustento de muchas familias locales. Joaquina Hernández, una hábil artesana con 59 años de experiencia, comparte su historia. Para ella, los sopladores son más que simples objetos, pues sirven “para soplarle a la lumbre cuando haga mucho calor”, expresa entre risas.
La producción de los tascalitos y sopladores no es tarea fácil. Desde tempranas horas, los artesanos se aventuran al campo en busca de hojas de cucharilla, el material principal. “A veces tienen que caminar por más de tres horas para poder conseguir la materia prima”, comenta Marco Antonio, hijo de Joaquina.
Este tipo de material no esta cerca, se tiene que ir por él al campo, al cerro, entonces tienen que ir a traerlo y se hacen unas dos horas, no nada más es que está ahí, deben buscar y saber exactamente cual es el producto, porque si hay varios pero unos sirven y otros no sirven.
Por su parte, Joaquina Hernández comentó lo siguiente:
Hay una señora que me dice que si hago yo, que se los venda, pero ella los va a vender a otro lado//más antes que me apuraba, ya hacía yo una docena o dos docenas, o cuando deberás me apuraba hacía tres, pero ya ahorita ya no.
Así, recorren senderos escarpados en busca de las hojas de la cucharilla, la planta fundamental en su labor artesanal. A menudo, este viaje implica caminatas de más de tres horas, enfrentando terrenos difíciles y desafiantes. Una vez que encuentran las hojas necesarias, el trabajo apenas comienza. Los artesanos pasan al menos otras tres horas quitando con cuidado las espinas para dejar la hoja lisa y lista para ser trabajada. Este proceso, aunque agotador, es vital para preparar el material que luego transformarán en hermosas creaciones artesanales.
A pesar de los desafíos y la escasa remuneración, este trabajo se ha convertido en el sustento de muchas familias a lo largo de generaciones. La tradición se ha transmitido de padres a hijos, y los más jóvenes comienzan a aprender este arte desde temprana edad. Es un testimonio del valor cultural y la dedicación de estos artesanos que continúan preservando sus habilidades y conocimientos en medio de las adversidades. No obstante, a pesar del esfuerzo invertido, la recompensa económica es escasa. Cada docena de sopladores se vende aproximadamente en 90 pesos, pero aquellos que los revenden en los mercados de artesanías de pueblos mágicos obtienen ganancias mucho menores. “Los comercializan entre 40 y 60 pesos cada uno”, lamenta Marco Antonio.
A pesar de las dificultades, la tradición de la creación de tascalitos y sopladores persiste. Este arte se ha transmitido de generación en generación, convirtiéndose en el sustento de numerosas familias. “Nada más que cuando estaba un poco pequeño no sabía, pero luego me enseñaron y ya supe”, comenta Ian Hernández, nieto y aprendiz de Joaquina. En San Antonio de la Cal, la artesanía es más que un trabajo; es un legado cultural que se mantiene vivo gracias al esfuerzo y dedicación de sus habitantes.
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